Don Álvaro de Luna fue uno de los hombres más poderosos y ricos de Castilla y sin duda de la historia de este país. Dicen quienes lo conocieron y dejaron testimonio escrito de su fortuna que tenía 100.000 doblas de oro anuales de renta y que, en el castillo de Escalona, en Toledo, guardaba 80 millones de monedas, millón y medio de doblas de oro del Maestrazgo de Santiago y cofres llenos de monedas italianas de oro. Y hasta es posible que los datos se queden cortos porque los estados mayores de Castilla y sus vasallos le pagaban por todo, por cruzar puentes y por subir puertos, los llamados derechos de pontazgo y portazgo, además de otras tasas y tributos como los de pernada, el monopolio del horno, del molino y la fragua o los derechos de cabalgada, albergue, pesca, caza y pastos. En fin, una trama financiera que provocó entre la nobleza muchas envidias, odios y ganas de venganza.
Entre las posesiones de don Álvaro estaban los pueblos de Aldea del Fresno, Villa del Pardo, Cadalso de los Vidrios, Rozas de Puerto Real y Cenicientos. Mucho territorio que gobernaba desde la fortaleza de Escalona y a veces desde el castillo de la Coracera después de comprar la villa de San Martín al abad del monasterio de Pelayos de la Presa por 30.000 maravedís. El cambio de propiedad no gustó a los vecinos del valle de las Iglesias que intentaron hasta el último momento convencer al condestable para que vendiera la villa a los parroquianos. En cambio, el palacio de Cadalso, que había mandado levantar en 1423, apenas lo frecuentó y menos desde que tuvo la entrevista con la hechicera de Valladolid y le contó lo de su muerte…
Cuenta la leyenda que en uno de sus muchos viajes por los caminos de Castilla encontró don Álvaro a una hechicera que leía el futuro en las palmas de las manos. Mandó parar a la comitiva y la adivina le aseguró que moriría “en cadalso”. Dicen que desde entonces el condestable de Castilla y señor de 120 pueblos no pisó el palacio de Cadalso de los Vidrios por si acaso.
Sus cronistas aseguran que para alimentar su ambición y codicia tuvo que asesinar a varios enemigos, entre ellos al duque don Fadrique, a Fermín Alonso de Robles y a Alonso Pérez de Vivero, pero claro, no pudo terminar con todos y algunos como los condes de Haro, de Plasencia y de Villena o la propia reina Isabel de Portugal y el príncipe don Enrique influyeron en el débil carácter del rey Juan II para ordenar su muerte. Fue detenido en Burgos y trasladado a Valladolid, a la casa de Alonso Pérez, curiosamente uno de los enemigos que había mandado asesinar. Y hasta allí fue Alonso de la Espina o de Quiriales, judío converso del monasterio de Pelayos que le atendió hasta el último momento comunicándole la sentencia y ya de paso pedirle que devolviera la propiedad de las tierras de San Martín a sus gentes, pero no lo consiguió porque el papa Eugenio IV ya había dado su aprobación a la compra. Don Álvaro murió en el cadalso levantado en la plaza del Ochavo de Valladolid, el día 2 de junio de 1453. Su cabeza fue colgada durante tres días en un garabato para información pública. La hechicera no se equivocó, don Álvaro de Luna murió “en cadalso”.
Álvaro de Luna está enterrado en la capilla de Santiago de la catedral de Toledo junto a su esposa, Juana de Pimentel.
Castillo de la Coracera en San Martín de Valdeiglesias
Penetrar hoy en este lugar permite al visitante evocar un tiempo pasado, en el que quiso hacer alarde de su dominio territorial, el hombre más poderoso de la España medieval: D. Álvaro de Luna, condestable de Castilla. Era el año 1434, y la población de San Martín se había sublevado contra el abad del Monasterio de San Pelayo de quién dependían. D. Álvaro de Luna, señor de la vecina Cadalso, aprovechó este conflicto para comprar al Monasterio sus derechos sobre San Martín por 30.000 maravedíes. El abad debió respirar aliviado al transferir población tan «levantisca». De este modo, el poderoso condestable de Castilla pasó a ser señor de San Martín, dónde construiría su castillo a partir de 1435.
A pesar de lo rotundo de su fortaleza defensiva, se cree que su utilidad sería la de cobijar al gran señor, tras sus jornadas de caza por la comarca. Evocar, durante la visita al castillo, el trágico destino de D. Álvaro de Luna permite reflexionar sobre la vulnerabilidad del poder. El castillo no está decorado con mobiliario antiguo o piezas ornamentales, por lo que te proponemos que tú visita sea sosegada, disfrutando de los diferentes espacios del recorrido, dejando que la imaginación y las sensaciones personales marquen su carácter.
Tras la ejecución del gran condestable en 1453, el castillo tuvo varios propietarios: los Duques del Infantado, Gonzalo Chacón (cronista de los Reyes Católicos) y la familia Corcuera. También es de destacar que la reina Isabel residió en él una temporada, tras ser declarada heredera del reino de Castilla.
El castillo de la Coracera reproduce el modelo básico de residencia señorial fortificada más extendido en la primera mitad del siglo XV, cuando se edificó. Este modelo estaba compuesto por dos cinturones defensivos, en torno a la torre del homenaje, la más fuerte y mejor defendida y, por ese motivo, el corazón de la fortaleza.
Palacio de Villena de Cadalso de los Vidrios
Bien de Interés Cultural
Por el palacio de Cadalso han pasado gran parte de los grandes linajes de España. Su primer inquilino fue don Álvaro de Luna, condestable de Castilla, es decir, conde de los establos y ejércitos de Castilla, el capitán general del reino y la persona con mayor poder después del rey, aunque don Álvaro llegó a tener más influencia que el propio Juan II. Don Álvaro mandó construir este palacio en 1423 pero lo ocupó poco tiempo…se dice que por la leyenda de la hechicera que le vaticinó que moriría “en cadalso”.
A su muerte en 1453, los bienes del condestable fueron repartidos entre su viuda y el rey Juan II, quien se quedó con Cadalso. Más tarde, se hizo cargo del mismo Juan Pacheco, marqués de Villena, mayordomo mayor y privado de Enrique IV, pero la propiedad le duró poco debido a su alianza con el partido de la Beltraneja, decisión que le valió al marqués la pérdida de Cadalso y Escalona.
El Palacio no se puede visitar, pero sí los jardines y el estanque que forman parte de un parque público, dónde podremos pasear por la huerta del palacio.
Monasterio cisterciense de Santa María la Real de Valdeiglesias. Pelayos de la Presa
Declarado Monumento Histórico de carácter Nacional en 1983
Todas las visitas guiadas son en sábado, y empiezan a las 11:30h.
Puede concertarse una visita particular escribiendo a la dirección: visitas@monasteriopelayos.es (disponible para grupos de al menos 20 personas)
Es el monasterio más antiguo de la Comunidad y uno de sus monumentos con más encanto bucólico, artístico e histórico. En los últimos años está siendo objeto de obras de restauración que están devolviendo todo su esplendor, a este conjunto patrimonial.
El origen del Monasterio se remontaría, al tiempo de los visigodos, cuando un noble llamado Teodomiro decidió retirarse en compañía de otros nobles a este valle para hacer vida eremítica, reinando Witiza. Al menos esto es lo que indica la tradición.
El Emperador Alfonso VII otorgó a los monjes eremitas que habitaban el «valle de las iglesias» privilegio real, fechado en Toledo el 30 de noviembre de 1150 por el que se fundaba el Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias, agrupando los doce eremitorios del valle en uno solo alrededor del de la Santa Cruz constituyendo una comunidad única sometida a la obediencia de un abad y a la regla de San Benito.
Su vinculación con don Álvaro de Luna vino a raíz de la compra de la villa de San Martín de Valdeiglesias por 30.000 maravedís al abad del Monasterio en 1434. De este modo, el poderoso condestable de Castilla pasó a ser señor de San Martín, dónde construiría su castillo a partir de 1435.
Palacete de don Álvaro de Luna de Villa del Prado
En la plaza de Palacio podemos contemplar la portada ciega de la antigua casona de D. Álvaro de Luna, único testimonio que se conserva del antiguo palacete del condestable de Castilla, que fue señor de Villa del Prado en 1436.
Fuente: MADRID. Cuentos, Leyendas y anécdotas. Vol I. Javier Leralta.